Llame a un chofer, que me condujo donde se hallaba el cadáver, me bajé ante el portal, toque la puerta y la criada salió, me quité el sombrero y apagué el cigarro, entré y le di el pésame a la viuda y me senté en la silla; la casa estaba llena de gente y mientras en el cuarto los presentes lloraban en el cielo brillaba la luna; viendo a los familiares atribuidos se me hacía un fuerte nudo en la garganta y no podía contener las lágrimas en mis ojos.
Ya de madrugada repartian las galletas y el chocolate, los demás fumaban tabaco y yo tristemente me comía la cena. Al lado de la caja lloraba la viuda inconsolable, yo, al retirarme como a las cuatro de la madrugada me puse de pie, me incline ante el hijo mayor y sin querer pise el rabo de la gata que estaba en el suelo.
Con gran pena le dí la mano a la viuda, acompañado de la criada me dirigí a la puerta y me puse el sombrero en la cabeza. De nuevo con los pies heche a andar lñas calles, llegué a la puerta de mi casa saque la llave del bolsillo de mi abrigo, abrí la puerta, subí por la escalera, penetré en el cuarto, me quité la ropa, me acoste en la cama, con el cigarrillo encendido y en medio de mi tristeza me tiré por el balcón hacia la calle.
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